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TINDER, INSTAGRAM Y SATISFYER: ¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL ENAMORARSE EN LA ACTUALIDAD?

Actualizado: hace 7 días

 El amor en tiempos de scroll infinito


Nunca en la historia de la humanidad fue tan fácil acceder a nuevas personas. tenemos apps, algoritmos, filtros y geolocalización. Nos comunicamos en segundos. Y, sin embargo, cada vez es más difícil establecer relaciones amorosas profundas y duraderas.

Según el Pew Research Center (2023), un 63% de los jóvenes entre 18 y 29 años en EE.UU. considera que tener pareja “no es prioritario” y más del 50% siente que las apps de citas “los agotan”. En otras palabras: tenemos más acceso que nunca... pero menos vínculo.

La pregunta entonces no es si podemos conocer a alguien. La pregunta es: ¿por qué, con tantas posibilidades, nos cuesta tanto enamorarnos?

Bienvenidos/as a la era del amor líquido, versión 5G.


La paradoja de la abundancia: mucho acceso, poco vínculo


Imagina que estás en un bufé con 150 platos distintos. Lo más probable es que termines comiendo un poco de todo, sin disfrutar nada del todo. Esto mismo pasa con el amor en la actualidad.

En el mundo de las apps, hemos normalizado la idea de que siempre puede haber alguien mejor “a un swipe de distancia”. Es lo que llamamos coste de oportunidad emocional: el miedo a comprometerme con esta persona, porque ¿y si mañana aparece otra que me guste más, me atraiga más, me ría más?

Este fenómeno está directamente relacionado con el FOMO relacional (Fear of Missing Out), un tipo de ansiedad vinculada a la idea de estar perdiéndonos una experiencia mejor que la actual.

El problema es que esta lógica de maximización de opciones, heredada del consumo digital, vuelve las relaciones humanas un producto con fecha de caducidad y expectativa de mejora constante.

Y cuando tratamos a las personas como “catálogos de cualidades” (edad, altura, aficiones, número de followers, sentido del humor puntuado en emojis), olvidamos que el amor no surge del algoritmo perfecto… sino del caos compartido, la conexión imperfecta y la construcción conjunta.


Instagram y la tiranía de la imagen: relaciones bajo filtro


Dicen que el amor entra por los ojos, pero en Instagram entra por el algoritmo… y se queda atrapado en los filtros. Hoy no solo nos enamoramos de personas: nos enamoramos de versiones curadas y editadas de esas personas.

Instagram, TikTok y similares han convertido la comparación en un deporte olímpico. No solo comparas tu cuerpo o tu vida: comparas tu relación. Ves parejas que viajan, se regalan flores, hacen coreografías y se llaman “mi amorcito” en stories. Eso genera una idea de amor idealizado que presiona, frustra o directamente disuade a quienes no tienen eso.

Además, muchas personas aprenden a seducir más por imagen que por interacción emocional. Un buen “feed” puede enamorar más que una buena conversación. Pero, spoiler: el feed no abraza cuando tienes un mal día.

Además, el hecho de ver personas y cuerpos editados, mostrando la mejro versión de ellos, hace que esa comparación y FOMO aumente pues, vemos en redes a personas mejores que la realidad, pero, nuevamente, en al realidad, todas esas personas también tienen desperfectos, como todos.

Según un estudio de Journal of Social and Personal Relationships (2022), el uso excesivo de redes sociales está directamente relacionado con menor satisfacción en la pareja y mayor inseguridad emocional.

En resumen: estamos tan ocupados construyendo una imagen deseable y fijándonoos en la de los demás, que se nos olvida construir vínculos reales.


Satisfyer, pornografía y placer sin vínculos: ¿la nueva pareja somos nosotros mismos?


No es broma ni metáfora: en muchos hogares del mundo el Satisfyer duerme en la mesilla… y la pareja en el sofá.

El auge de los juguetes sexuales, la disponibilidad ilimitada de pornografía y el erotismo a un clic han modificado profundamente la relación entre placer y vínculo afectivo. Hoy podemos obtener orgasmos sin besos, excitación sin vínculos y estímulo sin negociación emocional. ¿El problema? Que si el cuerpo se acostumbra a una recompensa inmediata, el alma se impacienta con los procesos lentos del amor real.

No estamos demonizando la masturbación ni la exploración sexual, todo lo contrario. Pero sí es importante señalar que cuando el placer se vuelve excesivamente tecnificado y despersonalizado, puede afectar la motivación para construir intimidad emocional con otra persona.

Diversos estudios, como el publicado en The Journal of Sex Research (2020), muestran que el consumo frecuente de pornografía y la dependencia de ciertos juguetes sexuales pueden reducir la satisfacción en las relaciones sexuales en pareja y elevar los estándares de estimulación por encima de lo que un cuerpo humano puede ofrecer. Esto genera un círculo vicioso de cada vez menos placer en las relaciones reales y mayor comodidad de estas prácticas despersonalizadas.

Además, la hiperestimulación constante —dopamina aquí, vibración allá— puede dificultar la tolerancia al aburrimiento o a los momentos "normales" de una relación. Porque, en el amor verdadero también hay días de sofá y pijama.

Así, sin darnos cuenta, el placer sin vínculo puede erosionar el deseo de vincularse con otro ser humano, con sus tiempos, matices, y sí… a veces, su torpeza.


¿Amamos como consumidores?


En el fondo, hemos empezado a aplicar las lógicas del mercado a las relaciones humanas. Evaluamos perfiles como productos: “Este tiene buena descripción, pero pocas fotos”; “Esta me gusta, pero vive a 40 minutos”; “Este otro me habló con faltas de ortografía: descartado”.

Así, sin darnos cuenta, caemos en una especie de Tinder-capitalismo emocional: acumulamos “conexiones” como si fueran followers, consumimos personas como contenido y tratamos el amor como una experiencia on demand.

El problema es que las relaciones humanas no funcionan con lógica de eficiencia, sino de significado. Amar no es optimizar, es entregarse. No es encontrar a alguien “perfecto”, sino decidir amar lo imperfecto con conciencia. Pero eso requiere tiempo, intimidad, exposición… todo lo que la cultura actual tiende a evitar.

Zygmunt Bauman lo definió hace años como amor líquido: vínculos fugaces, frágiles, funcionales. Y aunque la tecnología no es culpable (no culpamos al martillo si clava mal un clavo), sí está moldeando nuestras expectativas sobre cómo debería ser el amor: rápido, intenso, sin esfuerzo y siempre con plan B.

Y cuando esperamos que el amor funcione como Netflix (elige, cambia, cancela), perdemos de vista algo esencial: las relaciones reales son artesanales, no de fábrica.




Conclusión: ¿Puede amarse en la actualidad?


Sí, se puede. Pero no será automático, ni fácil, ni tan “instagrameable”.

Enamorarse hoy implica tomar decisiones conscientes contra la corriente cultural:– Apostar por conocer a alguien en profundidad, más allá del perfil.– Tolerar la incertidumbre del vínculo sin tener mil alternativas abiertas.– Exponerse sin filtro, sin algoritmo y con la piel (y el alma) un poco más descubierta.

También requiere educación emocional: saber gestionar el rechazo, la ansiedad, la espera. No caer en el narcisismo digital ni en la dependencia afectiva. Ser capaz de ver al otro como un ser humano completo, no como una extensión de nuestro deseo o una promesa de validación externa.

Como terapeuta, veo cada día cómo muchas personas anhelan un amor real, pero también cómo ese anhelo choca con hábitos digitales que sabotean la conexión auténtica.

En este artículo hemos visto unas pocas variables de las decenas que influyen en este problema que, a corto plazo, parece que solo va a ir a peor.

El reto no es eliminar Tinder o Instagram, ni tirar el Satisfyer por la ventana. El reto es no dejar que esas herramientas definan nuestro modo de vincularnos. Usarlas sin que nos usen. Disfrutar sin sustituir. Y cuando aparezca alguien que valga la pena, parar el scroll y mirar de verdad.

Porque el amor en 2025, como siempre, sigue siendo eso que pasa… cuando dos personas deciden dejar de huir y empiezan a quedarse.


 
 
 

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